Microsoft una historia de una vida real… tecnología y millones

A 38 años de la creación de Microsoft, presentamos una pequeña biografía de un personaje que «Se le puede amar u odiar, pero no se le puede ignorar» . BILL GATES Y SU HISTORIA DE ÉXITO

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El 4 de abril, se cumplirán 38 años desde que Bill Gates y Paul Allen fundaron la empresa de software Microsoft. Para conmemorar este aniversario, rescatamos una completa biografía publicada en MUY Historia de Bill Gates, de quien la revista Fortune dijo: «Se le puede amar u odiar, pero no se le puede ignorar» .

La policía del estado de Nuevo México detuvo el 13 de diciembre de 1977 a un joven rubio que conducía sin licencia. Lo llevó a la comisaría y le hizo varias fotos de frente y de perfil. El joven de 22 años, que usaba gafas enormes, sonrió mientras sostenía su número de ficha policial: 105.519. Le parecía divertido todo aquello.

No era la primera vez que este chico daba un disgusto a sus padres. Dos años antes, en 1975, el chaval había dejado la universidad, pero no cualquier universidad sino Harvard, la fábrica de talentos mundiales. La verdad es que no era muy aplicado. «Durante mi primer año, instituí una política deliberada de saltarme la mayoría de las clases para después estudiar febrilmente al final del curso», confesaría muchos años después en un libro de recuerdos. ¿Y qué hacía durante su tiempo libre? «Llené mis horas de ocio con una buena cantidad de póquer».

Tahúr, travieso, vago… ni los policías del estado de Nuevo México ni los profesores de Harvard podían imaginar que aquel chico se convertiría en la mayor fortuna del universo 20 años después. Según la última clasificación de la revista Forbes, su riqueza alcanza los 56.000 millones de dólares (unos 41.670 millones de euros). Su ocupación: hacer programas de ordenador. Empresa: Microsoft. Plantilla: 76.000 personas, en 102 países. Edad: 51 años. Su nombre: William Gates III, más conocido como Bill Gates. Y, ahora, la pregunta del millón: ¿cómo llegó tan lejos aquel gafotas que jugaba al póquer en la universidad?

Bill Gates es el segundo de los tres hijos que tuvo el matrimonio formado por William Gates y Mary Maxwell. Nació el 28 de octubre de 1955 en Seattle, en la costa oeste de EE UU. La suya no era una familia pobre, desde luego. El padre de Bill era un destacado abogado y la madre, una ejecutiva de alto copete del First Interstate Bank, uno de los mayores del país.

Viniendo de una saga con tanto dinero, no tuvo problemas para entrar a los 13 años en Lakeside School, la escuela más prestigiosa y cara de Seattle, donde descubrió muy pronto su pasión por los ordenadores gracias al Club de Madres. Y es que tras una rifa benéfica, este grupo de mujeres hizo algo que años después agradecería la humanidad entera: comprar un ordenador para el colegio. Bill Gates y su amigo Paul Allen programaban juegos sencillos sentados frente a aquel enorme, pesado y lento aparato hasta que éste deglutía los resultados, que luego aparecían en una gran impresora. «Entonces, nos lanzábamos sobre ella para echar un vistazo y ver quién había ganado», confiesa Gates en su autobiografía. Una maniobra que tardaba ¡30 segundos! Aquel trasto, llamado PDP- 8, fabricado por Digital Equipment, costaba 18.000 dólares (unos 13.400 euros). Ocupaba el tamaño de un pequeño armario de metro y medio de altura, pero sirvió para que un joven de 13 años soñase con que algún día millones de individuos podrían tener sus propias computadoras. «Estoy seguro de que una de las razones por las que estaba tan decidido a ayudar a que se desarrollara el ordenador personal era porque quería tener uno para mí», ha dicho varias veces.

Esa visión comenzó a hacerse realidad en 1975. Un día, deambulando por las calles cerca de la universidad, Gates y Allen se fijaron en otro modelo: la revista Popular Electronics mostraba una pequeña computadora para ensamblar en casa por 397 dólares (unos 296 euros). Llamarlo computadora era demasiado porque era una caja de luces sin teclado y sin pantalla. Su nombre era Altair, y lo más importante de todo es que llevaba en el corazón un innovador chip 8080 de Intel. Gates y Allen quedaron paralizados. O se daban prisa, o alguien se les iba a adelantar creando el software para ese chip. Paul Allen consiguió el manual del 8080 y con Gates se dedicó a escribir un programa Basic modificado. «Paul y yo no dormimos mucho y perdimos la noción de la noche y el día», confesaría Gates años después. «Pero a las cinco semanas, teníamos escrito nuestro Basic y había nacido la primera compañía de software para microcomputadoras. En su día la denominamos Micro-Soft».
Fue entonces cuando Bill Gates decidió abandonar la universidad. Tenía 19 años. Bill Gates fue un hombre orquesta en los tres primeros años de existencia de Microsoft. Era agente comercial, llevaba las finanzas y el marketing, y mejoraba su propio programa. Estaba naciendo la industria del ordenador personal y las empresas informáticas acudían a Microsoft con toda clase de proyectos. El volumen de trabajo era tan desmesurado que Gates recurrió a un viejo compañero de la universidad llamado Steve Ballmer para que se ocupara de dirigir la compañía, ya que Gates no quería dedicar más de un 10% de su esfuerzo mental a los negocios. Ballmer aceptó con la condición de que le diera manga ancha para contratar personal. Gracias a ello, las ventas de Microsoft crecieron incluso más rápido de lo que esperaban.
Sin embargo, todavía no se había cruzado lo que Gates denominaba el «umbral de aceptación», esa frontera en la que un producto salta a las grandes masas, como sucedió con la televisión en los años cincuenta. Y fue en 1980 cuando se presentaron en las oficinas de Microsoft en Seattle dos emisarios de IBM que les hicieron un encargo histórico: escribir el software para un ordenador personal que se estaba cociendo en sus laboratorios. Gates aceptó el reto. Su equipo trabajó frenéticamente para crear ese lenguaje que se llamó MS-DOS (Microsoft Disk Operating System). En agosto de 1981, IBM presentó su PC (Personal Computer) con un nuevo chip de Intel más potente, el 8088, y con tres programas para hacerlo funcionar: uno era de Digital Research; otro, el Pascal, desarrollado por la Universidad de California- San Diego (UCSD); y, por último, el MS-DOS de Microsoft, del que no se sabía nada. ¿Quién sería el ganador? Bill Gates se había fijado en la pelea entre los vídeos Betamax de Sony y VHS de JVC durante los años setenta, y se dio cuenta de que el éxito de VHS se debía a que JVC permitió a otros fabricantes de vídeo usar su patente con un coste muy bajo. Microsoft hizo lo mismo. Permitió a otras firmas fabricar programas basados en MS-DOS. Y además, se aseguró de que MS-DOS fuera el más barato de los tres programas que competían por la tarta de los PC: 60 dólares (unos 45 euros), es decir, mucho menos que los 175 dólares (alrededor de 130 euros) de Digital Research, y los 450 dólares (335 euros) del Pascal. Asimismo, IBM no tenía la exclusiva del programa sino que Microsoft la cedía a otras empresas de ordenadores, los famosos clónicos del PC que empezaron a crecer como hongos.

En poco tiempo, Microsoft se convirtió en el estándar de la industria y Gates consiguió salir en la portada de Time por primera vez (saldría seis veces más) como el hombre que había hecho magia con chips -su amigo Paul Allen ya estaba aquejado de un cáncer y no podía llevar el mando de la empresa?. «En realidad, todo el éxito de Gates se basó en aquel contrato con IBM», dice Brian Subirana, profesor de Sistemas de Información de la escuela de negocios IESE (Universidad de Navarra). Pero el programa de Microsoft era aún muy tosco de manejar; casi para especialistas. Otro joven, Steve Jobs, que también había abandonado la universidad, agregaría un ratón para pinchar y mover las cosas con más simpatía en sus ordenadores Apple. La pantalla se llenaba de figuras e iconos que representaban objetos naturales como papeleras o carpetas. Gates visitó a Jobs y, fruto de su colaboración, nacieron los programas Microsoft Word y Excell, dos productos sin los que hoy no se podría vivir en el mundo de la informática. Pero Apple no quería que su sistema fuera compatible con ningún otro, de modo que Gates se llevó su invento y lo adaptó a los PC. Y haría algo más, construir un nuevo programa informático que convertía la pantalla en una forma más divertida de manejar el ordenador, a través de un ratón y unas ventanitas. Lo llamó Windows (ventanas, en inglés).

Salida a bolsa y Windows 3.0. Gates se convierte en un «simple» cienmilmillonario

A medida que los programas de Microsoft invadían el mercado, nuevos y más audaces fabricantes entraron en el negocio de la informática: algunos descollaron, como Dell, Compaq y Toshiba, y otros se estrellaron como Amstrad. Gates necesitaba dinero para seguirles el ritmo y ofreció a IBM la tercera parte de Microsoft, pero el gigante, quizá enfermo de soberbia, rechazó la oferta. Entonces, en 1986, Bill decidió sacar su empresa a bolsa y dado que la mayor parte de sus empleados eran accionistas, les convirtió en millonarios de la noche a la mañana. La acción salió a un precio de 21 dólares (casi 16 euros) y en pocos segundos subió a 29 (algo más de 21 euros). Los brokers se quedaron boquiabiertos. Uno de ellos comentó al Seattle Post- Intelligencer: «Nunca recibí tantas llamadas de teléfono para un estreno en bolsa como en el último mes para Microsoft». Su empresa comenzó a sacar nuevos programas como agendas, correos electrónicos, organizadores, pero todavía le faltaba un paso para llegar a las masas. Eso sucedió en 1990, cuando sacó la versión 3.0 de Windows. Esta vez era tan sencillo de manejar, que la humanidad entera podía tener un ordenador. En dos semanas vendió 100.000 copias de dicho sistema operativo. Tres años después, su éxito era tan apabullante que fue nombrado por Forbes el hombre más rico de Estados Unidos. Y desde 1995 hasta hoy ocupa el número uno como el hombre con más fortuna del mundo, un honor que no le hace mucha gracia porque confiesa que eso le hace ser el centro de atención. En 1999, poco antes de que estallara la burbuja de internet y un montón de empresas acabaran estrelladas, la fortuna de Gates sobrepasó durante varios meses los 100.000 millones de dólares (unos 74.500 millones de euros), razón por la cual la prensa americana acuñó para él solo el término «cienmilmillonario».
Claro que la gente no tiene en cuenta que la fortuna de Gates se debe a que es propietario del 45% de las acciones de Microsoft y que sólo tendrá esa cantidad en la mano el día en que las venda. Hay quien estima que Bill Gates es un hábil hombre de negocios, pero la verdad es que ese adjetivo le disgusta. Disfruta más leyendo Breve historia del tiempo, de Stephen Hawking, o la biografía de científicos como Watson y Crick -los descubridores del ADN-, que la vida de Henry Ford. «Mire a su alrededor y compruebe si hay algún libro de negocios en la estanterías», dijo una vez a un periodista que recibió en su despacho. «¡No los necesitamos!». Eso daría la idea de que Microsoft es una fábrica autónoma de ideas y de fantasías informáticas. Sin embargo, muchos expertos acusan a Gates de no haber creado una empresa revolucionaria sino «evolucionaria». Roba ideas de otros y las mejora. De hecho, el Basic con el que comenzó Gates era una invención de los años 60 de otros programadores y la verdad es que todos los lenguajes informáticos son modificaciones de los anteriores. Windows, su programa más vendido, es una copia del de Apple, y el navegador Explorer, una imitación mejorada del Navigator de Netscape.

Lo cierto es que a mediados de los noventa sus programas corrían por el 90% de los ordenadores del planeta. Fue entonces cuando la magia de Gates comenzó a sufrir duros golpes y sería acusado de aniquilar a sus competidores. Surgió una nueva faceta de Gates, el hombre de cemento. Cuando los jueces de EE UU le preguntaban si había enviado a sus subordinados correos con órdenes para monopolizar el mercado, Gates respondía con un simple «no lo recuerdo». Las pruebas eran evidentes. Poco después de que Netscape sacara su buscador Navigator, Microsoft presentó el Explorer. La ventaja de Gates era que cada ordenador venía de fábrica con el sistema operativo de Microsoft y de paso se colaba el Explorer. Un año después, Explorer había ganado la batalla. ¿No se llama a esto abuso? «En el mundo de la programación en el cual nosotros trabajamos sólo importa una cosa: beneficiar a los consumidores», respondió en 2005 Gates cuando los periodistas de Der Spiegel le clavaron esa pregunta.

Se impone la ley del más fuerte, sólo los omnipresentes sobreviven

Según Gates, su compañía ha sido la única en responder rápidamente a la demanda del mercado y a un precio más bajo que los demás, porque tiene el departamento de investigación y desarrollo más grande del mundo. Pero personas que han trabajado con él tienen otra versión: «Sentía (Gates) que estaba luchando por la supervivencia de su compañía», escribe Robert Slater en un libro que explica cómo resistió Microsoft los embates de la justicia. Y eso revela otra faceta de la personalidad de Bill: es un hombre que defiende su empresa como una leona a sus cachorros y de una forma cruel. «Es darwinista», ha llegado a afirmar Rob Glaser, un ex ejecutivo de Microsoft. «Nunca espera situaciones en las que las dos partes ganen, sino que busca las vías para que los otros pierdan».

Se le reprueba, también, su estilo brusco de gobernar la empresa y que haya hecho llorar, incluso, a muchos empleados. «Yo no critico a las personas, critico las ideas», se defiende Gates. «Si veo que algo me hace perder el tiempo o que no es apropiado, no me lo guardo, lo suelto enseguida. Verán que digo muchas veces en las reuniones: esa es la idea más absurda que he escuchado en mi vida».

De lo que nadie duda es que hoy Microsoft no sólo es la empresa más valiosa en bolsa sino que tiene muchos negocios y productos. Participa en la MSNBC, el tercer canal de televisión por cable de EE UU, que además tiene una web del mismo nombre. Y, por si fuera poco, ha lanzado productos de entretenimiento, como la XBOX; programas para móviles y palms, como el Windows Mobile, y promete seguir pensando en el futuro.

Gates vive hoy con su mujer y sus tres hijos en una casa en Seattle donde todo puede ser programable con un mando a distancia. Ha despertado la envidia por su piscina de mármol, su garaje para 20 coches y su precio: más de 50 millones de dólares (unos 37 millones de euros). Posee manuscritos valiosos como el Código de su querido Leonardo Da Vinci, que compró por 30 millones de dólares (22 millones de euros aproximadamente), en 1994.

Admirado, perseguido, criticado y pirateado como ningún hombre de empresa en la Historia de la humanidad, la revista Fortune dijo de él: «Se le puede amar u odiar, pero no se le puede ignorar». A pesar de todo, en una larga entrevista para los archivos del Museo de Historia de EE UU, Gates resumió su estado de ánimo de esta forma: «En todos estos años mi trabajo ha sido lo más divertido que podía imaginar».

Carlos Salas

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